El trombón de Marguerite Dufay – Sonogama Magazine

Artículo publicado originalmente en catalán para la revista Sonograma Magazine (junio de 2022)

Entre la literatura que habla sobre las prácticas musicales de las mujeres —especialmente aquellos textos que explican las dificultades en el ámbito profesional que han sufrido instrumentistas y compositoras por razones de género—, son habituales las referencias al concepto ansiedad de la creación. Es un término que adaptó la musicóloga Marcia Citron, en el libro Gender and Musical Canon (1993) y, más tarde, en ámbito hispano lo circuló Pilar Ramos en el volumen Feminismo y música (2003). El concepto describe la sensación continúa que perciben algunas compositoras —y por extensión, muchas profesionales de la música— de ser las primeras mujeres a realizar alguna actividad musical a causa de la ausencia de referentes femeninos —muy a menudo porque han sido escondidas por la historiografía, no porque no las haya habido. Esta sensación dificultó todavía más la ya de por sí difícil tarea a la cual tuvieron que enfrentarse estas profesionales en ámbito social y laboral.

Quizás por esta invisibilidad de las referentes resulta tan sugestiva la imagen de Marguerite Dufay con un trombón, tan poco avezadas que estamos las instrumentistas de metal a reconocernos en documentos del pasado. La imagen es una caricatura que le hizo el pintor francés Louise Anquetin, datada de 1894 y pensada para la reproducción masiva en una incipiente cultura de masas. En ella, Dufay era retratada con un aspecto poderoso, con unos bíceps y unos pechos prominentes, y un tanto despeinada, mientras coge un trombón de una forma actualmente poco ortodoxa.

Marguerite Dufay dans son répertoire par Anquetin, Louis, 1861-1932 Bibliothèque municipale de Lyon

Marguerite Dufay dans son répertoire de Louis Anquetin (1861-1932) Bibliothèque municipale de Lyon

Parece que no fue el único retrato que le dedicó Anquetin, sino que existe otro de ella, esta vez sin trombón. Con un ademán entre robusto, juguetón y sensual, el pintor francés optó en esta ocasión para mostrarla con un escote imposible y una cintura más estrecha todavía, pero con la misma sonrisa contagiosa que la caracterizaba. La imagen se puede localizar fácilmente en el catálogo en línea de la entidad que custodia el cuadro, el Norton Simon Museum. Las dos obras de Anquetin han tenido relativa fortuna para reflejar el espíritu artístico de la época, hasta el punto que la caricatura de Dufay al trombón fue uno de los ejemplos contemporáneos que el crítico literario Gustave Kahn empleó en su libro La femme fans la caricature française, publicado por fascículos en 1907.

Pero, más allá de los trabajos de Anquetin, quién fue Marguerite Dufay? Qué sabemos de ella?

La musicóloga norteamericana Mareen Buja, en un breve perfil que dedica a Dufay, relata que fue una artista que trabajó en los cafés parisienses de finales de siglo XIX. Era calificada como una «cómica excéntrica», una profesión que Buja describe como «una artista […] que no solo tocaba instrumentos musicales normales, sino que también creaba instrumentos u objetos sonoros como por ejemplo botellas, yunques, martillos y similares». Además de esta información, el estudioso del mundo bandístico Gavin Holman ofrece un repaso somero a los datos que encontramos a la prensa sobre la carrera de Dufay, aportando algunas crónicas teatrales, partituras escritas para ella y fotografías que la sitúan como cantante cómica de vodeviles, operetas y canciones populares. Según Holman, el debut de Dufay tuvo lugar el 1891, y se alargaría hasta mediados de los años veinte. Además de estos trabajos recientes, la hemeroteca no es demasiado generosa con Dufay, aunque sí que nos lega algunas fotografías que permiten conocerla y hacen patente el parecido entre algunos de los rasgos que aparecen a los retratos de Anquetin y la realidad.

Comoedia illustré, 1 de setembre 1910. Bibliothèque nationale de France

Comoedia illustré, 1 de septiembre 1910. Bibliothèque nationale de France

Paris qui chante, 17 de desembre de 1905. Bibliothèque nationale de France

Paris qui chante, 17 de desembre de 1905. Bibliothèque nationale de France

Candido Aragonez de Faria Cartell per al teatre L’Horloge protagonitzat per Dufay entre 1880 i 1900. Museu Carnavalet, París

Candido Aragonez de Faria: Cartel parael teatro L’Horloge protagonizado por Dufay entre 1880 y 1900. Museu Carnavalet, París

Pero, además de las exiguas referencias directas que aparecen, de la lectura de la prensa histórica se pueden deducir algunos aspectos más, del todo interesantes, que hacen aventurar una vinculación directa de Dufay con el centro neurálgico de la bohemia francesa. Como desgraciadamente ocurre demasiado a menudo, estas informaciones no nos llegan por crónicas directas de Dufay. Las deducimos a partir de las referencias a Jules Jouy (1855-1897), un chansonier de la época con una biografía intensa, con quien Dufay estuvo ligada sentimentalmente. Dejemos que sea el dibujante catalán Jaume Passarell quien defina qué se entendía por chansonier a principios del siglo XX:

Un chansonier es un trocito del alma de París […] No es ni puede ser un producto de exportación […]

El chansonier es un producto artístico de los más complicados. En la mayor parte de los casos, de una calidad  muy afinada. No es un actor, no es un cantante, no es un juglar, no es un excéntrico, pero lo es todo; y cuando es bueno, es más que todo esto, porque es aliñado con la sal y la pimienta de una gracia personalísima.

No puede ser chabacano, vulgar ni ordinario. Es carne y sangre de ironía, y de la más fina.

Según el biógrafo de Jules Jouy, el chansonier siguió un ideario revolucionario y anticlerical, así como escribió artículos de tono provocativo y violento, posicionándose a favor de la democracia en la hora que promulgaba el antisemitismo. Además de los textos, Jouy llegó a publicar miles de canciones para café concierto que interpretaron algunas cantantes conocidas de los teatros populares parisienses. Si bien no como figura principal ni de conocimiento masivo, la figura de Jouy también es mencionada en la prensa española del momento, identificándolo cómo uno de los pobladores habituales de los cabarés y tascas de Montmartre, entre los cuales destaca Le Chat Noir, situándolo al lado del propietario del establecimiento Rodolphe Sales.

No sabemos en qué momento se conocieron Dufay y Jouy, pero su relación no se pudo alargar mucho de tiempo debido a la enfermedad mental que sufrió Jouy. La afección del chansonier, probablemente junto a las consecuencias de una estilo de vida no demasiado saludable, acabó con su vida el 1897, cuando contaba con poco más de cuarenta años. Pero la prensa, siempre ávida de historias sensacionalistas, treinta años más tarde todavía lo tenía presente. Así, en 1926, el periodista Maurice Hamel fue a buscar a Marguerite Dufay para rascar en los recuerdos de la actriz sobre Jouy. Y aquello que se encontró fue una mujer que, después del triunfo a los escenarios, había pasado a vivir en la miseria al perder los ahorros y sufrir un accidente mientras actuaba que le impidió trabajar.

Ese artículo, aun así, también ofrece detalles relevantes sobre el pasado de la cantante gracias al repaso vital, en tono nostálgico, que escribe el periodista. Para él, Dufay era merecedora del agradecimiento de los espectadores por los buenos momentos que había hecho pasar al público asistente a los espectáculos, relatando algunos de los teatros donde actuó. A medida que la entrevista avanza, el tema central del diálogo deja de ser Dufay para ocupar Jouy todo el protagonismo. En las respuestas de Dufay sobre Jouy se entrevé una relación estable y un aprecio profundo de la cantante hacia el chansonier. De hecho, al enfermar Jouy, Dufay decidió dedicar parte de su tiempo a la gestión de uno de los cafés que había montado él, con la esperanza que él recobrara la salud. Si Dufay actuó como gestora de algunos de los negocios de Jouy, es difícil no preguntarse, también, cuál sería la participación real de la cantante en las desmesuradamente numerosas producciones creativas de su compañero. En cualquier caso, desafortunadamente, según las transcripciones últimas del periodista, Dufay consideraba que no había disfrutado de una vida del todo alegre y sentía que, después de haber perdido lo que más quería, se abría hacia un horizonte sin ilusión. Desde entonces, no se conocen más noticias sobre que le ocurrió después en la vida de la actriz y cantante.

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Volviendo, pero, al principio, la Dufay trombonista, y en ausencia de investigaciones más complejas, con los datos localizados resulta difícil extraer conclusiones sobre el nivel de dedicación instrumental de Dufay. En buena parte de la prensa aparece como actriz de obras líricas, participando incluso en una película basada en una opereta de Offenbach (La Chatte métamorphosée en femme,  Michel Carré, 1910). Tampoco hay referencias al trombón en los versos y las ilustraciones que acompañaban las canciones escritas para ella. ¿Podría ser que lo empleara al inicio de su carrera y lo abandonara progresivamente? ¿Fue un recurso cómico más de los que usaba en los espectáculos? Y, yendo más allá, ¿qué percepción de una trombonista tendrían los espectadores?

Fuera como fuera, la imagen de Dufay con el trombón nos permite repensar de nuevo cuál fue la vivencia de las mujeres vinculadas a la música y las participaciones y aportaciones que todavía son desconocidas, al mismo tiempo que abre todavía más interrogantes alrededor de las instrumentistas de los circuitos menos canónicos. Pero, sobre todo, nos ayuda a reflejarnos en un pasado que abre la puerta a nuevas interpretaciones y permite vernos con la misma fortaleza que desprende Marguerite Dufay.

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Referencias

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